No soporto a la gente que se cree el ombligo del mundo. Que "retuitea" sin parar allí donde sale su nombre. Que no para de ensayar frases redondas y busca sin cesar la alabanza, en su rotundidad y su egocentrismo.
Aquí, con mi cerveza en la mano, confieso que me gusta la gente sencilla. Humilde y discreta. La que incluso se sonroja con el aplauso y el reconocimiento. La que es capaz de compartir y repartir el éxito.
Ay! Hay tan pocos! Y en esto del periodismo escasean. Si hubiera más, quizá nos iría mejor. En el periodismo. Y en la vida. Las historias que contamos no son nuestras. Son un regalo de sus protagonistas. No lo olvidemos, porque sin ellos no somos nada. Nada de nada.
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